La clase política vs el pueblo.

"Estos señores que van desparramando sus retratos, haciendo promesas, a veces amenazas, sobornando, en suma. Para mí ser político es uno de los oficios más tristes del ser humano. Esto no lo digo contra ningún político en particular. Digo en general, que una persona que trate de hacerse popular a todos parece singularmente no tener vergüenza. El político en sí no me inspira ningún respecto." Jorge Luis Borges.

La democracia política, en la teoría, representa al soberano ya que este elige libremente a sus autoridades en las urnas: es decir a los representantes del pueblo. En la realidad esto no ocurre, la democracia es un cuento muy bonito, un curro, un verso, un artilugio para mantener engañados a los individuos y hacerles creer que son todos iguales (la igualdad se vería reflejada en el voto). Sócrates ya hablaba mal de la democracia. En la realidad la casta política ha convertido la democracia en una “competencia populista” (en palabras de Roberto Cachanosky) donde los candidatos son lo que en el platonismo se conocía como "sofistas", es decir especialistas en la retórica y en el arte de embaucar. En esta competencia populista, según el mencionado economista, los políticos se pelean por ver quién regala más cosas (con el dinero de los contribuyentes).

Dentro de esta competencia populista, habría que barajar la posibilidad de que los políticos (al menos su mayoría) no necesariamente tengan ideología propia, sino que sean profesionales del engaño, y que su obrar sea simplemente falsa actuación. Puede ocurrir la situación de que un ciudadano de a pie se sienta identificado con la ideología y las ideas que aplica un determinado político, sin embargo no habría que descartar el hecho de que ese político en realidad no piense así, sino que actúe en esos términos únicamente por conveniencia propia. Los políticos se manejan por grandes encuestas, muchos dicen y actúan según lo que la mayoría de los votantes quiere escuchar y ver. Podría decirse que muchísimos de los políticos "van hacia donde va el viento".

En la realidad, los supuestos representantes del pueblo únicamente se representan a ellos mismos, ellos son los que deciden cuándo subirnos los impuestos a los contribuyentes, ellos siempre votan leyes que los favorecen a ellos mismos y nunca al pueblo (una muestra diáfana de esto es que el pueblo pide por el aborto legal, y ellos votan en contra). Pongamos un ejemplo cabal y empírico. ¿Los políticos con quiénes tienen paritarias? ¿Los políticos tienen paritarias con ellos mismos? No, la realidad es que la corporación política tiene la facultad de autoaumentarse los sueldos (los cuales se pagan con el dinero de los contribuyentes que sí tienen que pasar por paritarias para defender su sueldo).

Comprobamos que la clase política es una casta al ver su nepotismo, los apellidos se van repitiendo pasen las décadas (ya había un Rodríguez Larreta en el gobierno de Frondizi) o incluso los siglos (ya había un Saá gobernando San Luis en los tiempos de la escritura del Facundo de Domingo F. Sarmiento, donde se lo menciona). Sin embargo si yo, un ciudadano de a pie, quiere ser Jefe de Gobierno ¿cómo hace? Si yo me siento más capacitado y que tengo mejores ideas que el Jefe de Gobierno actual. ¿Cómo me presento a elecciones para ganarle? Prácticamente es imposible para un ciudadano común acceder a los puestos del Ejecutivo. Como mínimo, primero debo afiliarme a un partido político, luego tener la venia de ese partido político para que me dejen ser candidato, y luego, incluso habiendo obtenido eso, tengo que tener millones de dólares para poder hacer campaña. Determinantemente imposible. Según los manuales de secundario (es decir en la teoría) todos podemos formar parte de la política y renunciar a ella sería renunciar a gobernarse. En la práctica eso está enteramente alejado de la realidad, los únicos que gobiernan son los políticos. El ciudadano de pie a un mero espectador al que no le permiten acceder a la política.

Analicemos las palabras de Carlos Alberto Caserio, senador nacional por la provincia de Córdoba. El 21/12/19, al momento de aprobar leyes para congelar jubilaciones de los ciudadanos (pero no de la corporación política), muy indignado ante una consulta sobre el tema, enteramente firme y seguro afirmó: "la clase política no está para hacer esfuerzos, sino para dictar normas". Ciertamente la casta política está totalmente ajena al ciudadano de a pie que estudia y/o trabaja. Ellos viven en su gueto (usualmente un country o un piso en alguna de las zonas más adineradas), completamente separados del ciudadano común. Ellos creen que son como una suerte de "Dioses del Monte Olimpo", como si estuvieran en otra dimensión, distantes de la sociedad y a la cual ellos "le dictan normas", es decir la pueden dirigir, manipular y maniobrar como si estuviesen jugando al metegol y/o actuando como Zeus, Apolo o Palas Atenea.

Usualmente los políticos que acceden al poder ejecutivo son, en su gran mayoría, personas soberbias, altaneras, vanidosas, engreídas y ególatras, entre otros calificativos. Suelen asumir sus cargos sintiéndose (e incluso exteriorizándolo) los grandes salvadores, los mesías, los grandes refundadores de las patrias, los que "verdaderamente" vienen con la solución a los problemas de la población. Ellos suelen darnos cátedra de lo que hay que hacer y cómo se debe hacer, se piensan que nos están haciendo un favor a los ciudadanos al gobernarnos. Nunca van a darse cuenta, ni mucho menos reconocer, que ellos son el problema, no la solución.

Comúnmente, a la corporación política no le importa el bienestar de la población, sino beneficiarla únicamente en caso de poder sacar rédito político. Imaginemos que un multimillonario filántropo totalmente desinteresado está enamorado de la ciudad y decide por puro altruismo regalarle, con el dinero de su bolsillo, una línea de subterráneos. Esta línea de subterráneo sería un aumento en la calidad de vida de los ciudadanos. Vamos a suponer que el costo son 2.000 millones de dólares (de los cuales una enormísima parte iría destinada a los obreros argentinos que construyan el subte). ¡Los gobernantes inmediatamente meterían sus narices en el medio para intentar sacar partido de este regalo! ¡Le exigirían impuestos (cuando no coimas) a este filántropo! Con estas trabas, seguramente el filántropo, encima de que quiere hacer una obra de beneficencia a la población, en lugar de tener que poner 2.000 millones tendrían que poner, quizá, 3.000. La corporación política no piensa en la gente, sino únicamente cómo aumentar las arcas del Estado. Además verían a este filántropo como una competencia peligrosa, porque los gobernantes son ellos los que quieren cortar las cintas de inauguración de obras mientras se sacan fotos sonriendo y llevarse la fama de haber sido bajo su mandato dicha inauguración. Cuando el filántropo vea que además de pagar la obra, deberá pagar costos estatales probablemente desista de su buena acción y cancele la idea espantado de la burocracia. Los únicos perdedores, en ese caso, serían los ciudadanos de a pie que usan el transporte público y los trabajadores que iban a hacer la obra.

Pero pensemos en los candidatos ¿son las personas más capacitadas para decidir los destinos de la población? La realidad es que la política es muy sucia y los candidatos que acceden al poder no son necesariamente personas preparadas. Usualmente una persona para llegar a las altas esferas del poder lo que tiene que hacer es ser un escalador sociopolítico. Para triunfar en un partido político (y que este llegue algún día a poner su apellido en la boleta electoral) no es indefectible tener buenas ideas, eso no asegura el triunfo. Para ascender en las esferas de los partidos se suele chupar las medias de los poderosos, en los partidos políticos no se suele premiar a los más ideales sino a los que más apoyan el proyecto.

En el caso de un presidente, ¿los partidos eligen como su representante en las urnas al más capacitado y con mejores ideas? No siempre, la mayoría de las veces se elige a la persona que más votos puede llegar a generar, a la que genera más empatía con la sociedad. Los partidos priorizan el triunfo por sobre la capacidad. “Primero hay que ganar las elecciones, después vemos”. Es decir que si tienen que elegir a alguien menos capacitado pero más querido por la sociedad lo van a hacer.

¿Qué es entonces el populismo? Me limitaré a aportar un humilde granito, por si alguno todavía necesita un nuevo dato que aporte algo de luz. Supongamos metafóricamente que un niño pequeño es despertado a las siete de la mañana de un gélido lunes de invierno para ir al colegio, sin hacer diferencias entre mamá y papá para evitar tensiones. Imaginemos que el niño comienza a quejarse, diciendo que no quiere ir al colegio y que prefiere quedarse jugando a la Play Station y beber chocolatada.

En este escenario, papá responde: "¿Estás loco, nene? Nada de eso. Vamos, levántate, tienes que ir al colegio. Estudiar es importante para tu futuro. Si no asistes, ¿qué será de ti mañana?" Y si es necesario, empuja a su enfadado hijo hacia el colegio. ¿Por qué? Porque sabe que es su deber ir al colegio. El niño se enfurece con su padre y piensa para sí mismo: "Mi papá es malo, no me deja faltar al colegio. Quiero ser mayor para poder irme de casa. Ya no lo quiero". Posteriormente, en cambio, mamá permite al niño quedarse en casa, faltando al colegio y jugar a gusto. El niño está muy contento. Luego decide que ama más a su mamá que a su papá, sintiéndola más amable y convirtiéndose en su favorita.

¿Qué ocurrió entonces? Papá actuó de manera antipática, parecía malo a los ojos del niño, pero en realidad hizo lo mejor para él. A veces, las decisiones más difíciles son las más acertadas. Papá se ganó el odio de su hijo, pero estaba pensando en su futuro. Lo mejor que podía hacer era enviarlo a estudiar. En cambio, mamá tuvo una actitud que le ganó el cariño del niño, pero en realidad le hizo un daño. Bueno, eso es populismo.

Existe una frase conocida que dice: "A alguien que tiene hambre no le debes regalar un pescado, sino enseñarle a pescar". Y bueno, más o menos eso es. Regalarle un pescado es populismo. Esto demuestra que a veces el populismo puede no ser intencional, puede no hacerse con mala fe (aunque otras veces sí, el populismo también puede ser corrupto). A veces, uno quiere hacer un acto de bondad, pero no se da cuenta de que está causando un perjuicio. Ser simpático para ganar simpatías no es suficiente. Lo que importa es proporcionar las herramientas adecuadas para el crecimiento del prójimo. El populismo es precisamente lo que hacen la gran mayoría de los políticos en una democracia. No les importa el bienestar general, solo desean ser queridos para ganar elecciones.

Afortunadamente la postmodernidad es el enemigo número uno de la corporación política, la cual obviamente defenderá el Status Quo. La postmodernidad es un desafío que los poderosos intentarán limitar con todas sus fuerzas. El proceso de globalización y la internet son elementos liberadores para las sociedades y las clases obreras. Por eso hubo leyes en Estados Unidos, como la Ley Sopa (2009) para limitar los contenidos en la internet. Hoy en día un niño puede educarse de manera autodidacta viendo videos en YouTube, pero obviamente esos contenidos no tendrán la validez oficial/legal (legal porque dice el Estado, el Estado tiene la potestad monopólica autoadjudicada de decir qué es legal y qué no. Y de castigar a lo que no considera legal -legal por él mismo. El Estado es una especie de Dios todo poderoso que nos indica qué se puede hacer y qué no-.

También la mayoría de los Estados (salvo excepciones como la Comunidad Europea) tienen el monopolio de la creación de monedas nacionales, sin embargo en la Internet aparecen criptomonedas como el bitcoin. Obviamente los Estados, para no perder su monopolio, harán todo lo posible por destruir las criptomonedas y así seguir teniendo el control absoluto de la emisión monetaria. En este aspecto, los políticos (al menos los argentinos) son seres perversos que le entregan a la población papelitos sin ningún tipo de respaldo (que ellos catalogan de moneda de curso legal a la cual llaman "pesos"), cuando la población repudia sus papelitos sin respaldo (y compran dólares), los políticos se ofenden y tratan a la población de cipayos anti patria que conspiran contra la soberanía de la moneda nacional. Esta es una estrategia de tortura y convencimiento psicológicos similar al efecto de marido golpeador que hace sentir culpable a la mujer golpeada. El Estado se autoadjudica el monopolio de la emisión de moneda (en este post también vemos que el monopolio de la educación y el monopolio de la violencia legal, entre otras cosas).

Exactamente la misma actitud estigmatizante toma la corporación política ante personas que ponen sus ahorros en países extranjeros (o en su defecto que los guardan en el colchón de su casa, sacando ese dinero del sistema bancario nacional). La realidad es que los políticos argentinos expropiaron los ahorros de sus compatriotas al menos en cuatro oportunidades: la primera fue la confiscación de todos los dólares de la población en 1964, la segunda en 1989 el Plan Bonex (se canjearon de manera obligatoria todos los plazos fijos por bonos a cobrar recién una década después), la tercera la pesificación de los ahorristas (el corralón de 2002) y la cuarta cuando en 2008 se expropió los ahorros jubilatorios de los trabajadores. Los políticos nunca cuidan el presupuesto nacional (ya que no es su dinero propio, sino el de los contribuyentes), en consecuencia, cuando tienen un agujero fiscal gigantesco que pagar, no tienen escrúpulos ni tapujos en expropiar los ahorros de los trabajadores. ¡Y luego, cuando la población se defiende y decide depositar su dinero en otros países, con total perversión, cinismo y caradurismo los gobernantes la acusan de "fugar capitales" por llevarse sus propios ahorros afuera!

Este tipo de estrategias de estigmatizar a determinadas personas encasillándolas en una mala reputación y de persecución ideológica fueron utilizadas, ya en los años cincuenta, por el senador estadounidense Joseph McCarthy. El "macartismo" consistía originalmente en acusar de "comunista" a todo aquel que no actuaba como el gobierno quería. Se sabe la mala reputación del comunismo, motivo por el cual sufrir la acusación de ser "comunista" resultaba bastante fatídico, ya que la gran mayoría de las personas descriminaba a los comunistas. Hoy en día vemos un proceso similar de estigmatización ante aquellos que defienden las ideas liberales, o que ahorran en dólares o que guardan sus ahorros en tierras extranjeras, entre otras tantas cosas que podemos ver en esta publicación.

Veamos este caso, el Estado adoctrina a los estudiantes con su aparato ideológico llamado “escuela” para ser ciudadanos civilizados que respeten el mandato de un presidente. El Estado tiene el monopolio de la educación (incluso las escuelas privadas tienen que enseñar lo que aprueba el Ministerio de Educación), sin embargo hoy en día un niño puede aprender sobre el anarquismo en YouTube. En Internet podemos llegar a aprender a no respetar a un presidente, aplaudirlo si es bueno, pero tirarle tomatazos podridos si consideramos que nos perjudica.

A su vez, el mercado y el avance tecnológico de las multinacionales encontrarán soluciones cada vez más económicas a situaciones que antes tenía que resolver el Estado, por ejemplo los taxis. A principios del siglo XX, viendo la necesidad de la población de moverse de un lado a otro, el Estado adjudicaba licencias a los conductores para que manejen taxis (una vez más, coches "legales" -legales porque lo dice/impone el Estado, es decir los que pagan los impuestos-). Hoy en día nació Uber. La tecnología irá superándose más y más e irá quitándole poder a los monopolios de servicios del Estado. A medida que el mercado y la tecnología avancen, más libertad recuperarán los individuos y más poder perderá el Estado. El contrato social de los contractualistas, que indicaba que los individuos deben perder parte de su libertad para cedérsela al Estado, irá disminuyéndose cada vez más, aunque de manera lenta pero constante.

Noam Chomsky tiene una frase muy interesante "Los gobiernos usarán cualquier tecnología que les esté a su alcance para combatir a su enemigo primario: su propio pueblo" (traducción casera y autóctona de este blog). Esta frase no deja de representarnos lo peligrosa que puede ser para la población el intervencionismo. En una economía de mercados libres, la ciencia irá para el lado que demande el dinero y las necesidades del pueblo. Sin embargo, cuando hay intervención, la corporación política, con sus medidas y leyes, tiene la facultad de orientar discrecionalmente el dinero del presupuesto nacional hacia las investigaciones científicas y tecnológicas que ellos dispongan.

La post modernidad es un serio problema para el Status Quo y para los poderosos, si bien ellos harán presentarán batalla para mantenerlo intacto. Obviamente los políticos están en contra del mercado, porque la libertad de mercado es una quita de poder para ellos. En una economía de mercado con impuestos bajos, los políticos no tendrán la “caja” para beneficiar a sus amigos con subsidios. La escuela de Manchester pregonaba el “dejar pasar, dejar hacer”. Esto implica que el Estado no se metía en la economía. Al no poderse meter, el político pierde posibilidades de corrupción. Cuanto más liberalismo y menos impuestos, menos corrupción y caja para los políticos, respectivamente. Es por eso que el Ministerio de Educación persigue y adoctrina en contra de un calificativo inventado llamado “neoliberalismo”. Según Ricardo López Murphy en la Argentina hay un chivo expiatorio: se busca encontrar una gran conspiración contra la Argentina y sus destinos de grandeza. [...] Ergo, hay una demonización cuasi inquisitorial hacia los "neoliberales", una suerte de brujos que andan dando vueltas conspirando contra nosotros. De esta manera, la mayoría de los ciudadanos reclaman frases como "Hace falta más presencia del Estado", abogan por un "Estado presente" o directamente estigmatizan y defenestran a todo aquel que quiere achicar el Estado. Mas no se dan cuenta que están defendiendo justamente aquello que es el problema. Pedir más Estado es como pedir que el lobo cuide a las ovejas.

Ponderemos la siguiente situación relacionada a otro de los monopolios que detenta el Estado. Pensemos en las leyes que prohíben las drogas: esto le da al Estado el monopolio para poder combatir a quienes le hacen la competencia en este mercado. Siempre que hay un negocio prohibido por el Congreso (verbigracia, la venta de drogas o la prostitución) se crea un mercado negro, y cuando esto ocurre hay adjunto detrás un agente del Estado (usualmente un agente de las fuerzas de "seguridad", que al mismo tiempo le transfiere parte de sus ganancias a un político, que a su vez le transfiere parte de sus ganancias a otro político de mayor escalafón y así sucesivamente) recibiendo beneficios económicos. Es conocido por todos que siempre detrás de la trata de blancas hay un policía corrupto manejando los hilos. Desde este modesto blog estamos en contra del Estado presente, que se mete con las libertades individuales de la gente. Necesitamos un Estado ausente, es decir un Estado pequeño y libertario que no les impida a los individuos el aborto, la prostitución, las drogas, el matrimonio igualitario, la eutanasia, etc. Pero el Estado no quiere esto, el Estado quiere estar presente porque así la corporación política podrá agrandar sus arcas patrimoniales con este tipo de negocios vendiendo favores. Y va a luchar con todas sus fuerzas para impedirnos la libertad con sus leyes prohibitivas. Porque sabe que legalizar todos esos elementos que hemos mencionado recién, le dará libertad a la gente y, por consiguiente, le hará perder poder/dinero a ella.

Los ciudadanos que reclaman Estado presente nunca deconstruyeron qué implica su pedido. Han sido transformados en adalides de la corporación política. La enorme mayoría de la población, con total y justa razón, repudia a la última dictadura militar. Sin embargo, pocas veces hubo un Estado más presente que durante el Proceso de Reorganización Nacional: en aquel entonces el Estado decidía hasta cuánto era el largo del cabello indicado para los transeúntes, la forma de vestir, qué carreras no debían estudiar, los lugares a los que no debían ir, etc. En otras palabras, era un Estado tan presente que prácticamente respiraba en la nuca de los ciudadanos e investigaba absolutamente todas sus actividades.

Pequeña mención para esa determinada parte de la sociedad -no toda, por suerte- que apoya y reclama medidas de poner más policías y más cámaras en las calles. Esta es una contradicción absoluta si su preocupación es la inseguridad. Por el contrario de lo que diría el sentido común, cuando uno más policías ve en las calles tendría que darse cuenta que ahí hay mucha inseguridad. Si es necesaria una abundante presencia policial significa que hay muchos delincuentes en esas zona. La sociedad no comprende que la inseguridad se resuelve con educación, no con más uniformados.

Reflexionemos sobre una curiosa paradoja, el ciudadano común paga impuestos por comprar comida o un agua mineral, pero no paga impuestos por comprar drogas (al menos no impuestos oficiales, hemos visto que dentro del precio de la droga viene incluido una parte para el policía corrupto). Thomas Hobbs, el filósofo contractualista, definía al Estado como un leviatán, un monstruo bíblico de dimensiones colosales. Hoy en día podríamos definir al Estado como una inmensa sanguijuela, un gigantesco vampiro chupasangre o simplemente un ave carroñera omnipoderosa que vive de los impuestos de los contribuyentes. Incluso impuestos inmorales, porque uno podría debatir si está bien o está mal cobrar impuestos a determinados lujos, como pueden ser un pasaje en avión, un auto, un paquete de cigarrillos, etc. Pero los políticos hasta le han puesto impuestos a la comida, a la leche, al agua mineral, a los útiles escolares, a los medicamentos, y hasta al agua potable. A los políticos no les importa desde dónde, lo único que les importa es que las arcas del Estado estén lo más gordas posibles.

La corporación política nunca jamás de los jamases estará a favor de la libertad de mercado. Esto lo podemos ver con nuestros propios ojos, las fuerzas de "seguridad" del Estado siempre persiguen (y cuando los encuentran, los reprimen) a los vendedores ambulantes por no pagar impuestos. Lo insólito es que, por mencionar un ejemplo azaroso, supongamos que una señora vende milanesas en la puerta de su casa. Esto al Estado le parecerá ilegal y la perseguirá. Sin embargo esa señora ya pagó impuestos cuando compró el pan rayado, cuando compró el aceite, cuando pagó el gas y cuando compró la carne para hacer la milanesa. Es decir que esta ave carroñera llamada Estado no se detiene hasta cobrar aun impuestos sobre los impuestos. También es parajódica la confusión en la que ha ingresado la ciudadanía en este tipo de circunstancias. Una gran parte de la ciudadanía reclama hospitales y escuelas públicas, pero al mismo tiempo defiende a un vendedor ambulante que vende sus productos sin pagar impuestos. Parece contradictorio.

Hay un cierto consenso dentro de alguna parte de la ciudadanía que sostiene que "si todos pagáramos los impuestos, los mismos serían más bajos" (podríamos denominar a quienes tienen esta creencia "tributaristas"). Dicho axioma es, cuanto menos, debatible. Supongamos una sociedad donde el 99% de los ciudadanos en condición de trabajar y/o estudiar (es decir, la población activa, entiéndase adultos de entre 18 y 60/65 años que estudia o trabaja) efectivamente lo hace. Independientemente de que todos trabajen formalmente o no (planteemos incluso que de esa población activa, el 50% lo hace en el sector informal que no da facturas ni tributa a las arcas del fisco), esa economía será dinámica y pujante, por lo cual crecerá. No sólo eso, además, al haber trabajo prácticamente pleno dentro de la ciudadanía, la delincuencia se reducirá a un número cercano a cero: nadie necesitará robar, si todos tienen trabajo. Y esto, al mismo tiempo, bajará los gastos del Estado (en principio, los hospitales atenderán menos víctimas de la violencia. Mientras que a su vez, serán necesarios muchísimos menos policías).

Pensando en Michael Foucault, el filósofo que mejor trabajó el concepto de poder, consideramos que el Estado ejerce una dominación sobre las masas, pero la mejor forma posible de dominación es cuando el dominado ni siquiera toma conciencia de que está dominado, de que es un sujeto sujetado. Una forma de control es utilizar el aparato represivo de las fuerzas de violencia legales del Estado, pero una forma de control todavía más eficiente es el convencimiento. De esta manera se puede lograr un mismo efecto con dos opciones: la coercitiva (la violencia) y, por otro lado, con el convencimiento. El aparato ideológico del Estado que se encarga de esta tarea es la escuela. La escuela normativiza, es decir formatea, individuos y los convierte en “ciudadanos”. Lo mismo ocurre con la justicia. Foucault utiliza la metáfora del panóptico en las cárceles, un lugar desde el cual se le permite al policía ver absolutamente todo. El convicto en cambio no puede saber con certeza si lo están viendo o no, pero es probable que para no correr el riesgo de ser castigado no se comporte con incorrección. En la sociedad "libre" acontece lo mismo, el individuo al pensar que puede haber cámaras de seguridad, o que haya leyes que penen sus comportamientos, se comporta bien. Materias como Educación Cívica o Ciencias Políticas, entre otras, se encargan de adoctrinar a esos individuos en las costumbres "ciudadanas" para hacerles creer/enseñarles cómo debe comportarse un ciudadano. Ergo, ese nuevo ciudadano se cree y se convence de una X manera de obrar (manera que eligió el Estado por él y que se la transmitió). El proceso es reproductor porque ese ciudadano a su vez es probable que les inculque los mismos valores a sus hijos. Ahí ingresa el aparato ideológico llamado "familia", el cual es un reproductor de ideología.

Foucault considera que las relaciones de poder no son únicamente las coercitivas, las ejercidas por intermedio de la violencia física. Hay formas de convencimiento psicológico, que de alguna manera son violencia. La escuela de una determinada forma ejerce violencia, ya sea con notas y con libros. En la escuela no se puede leer cualquier libro, únicamente se pueden leer los libros que son aceptados por el Ministerio de Educación. Esto lleva a que si un colegio enseña un curriculum no aprobado por el Ministerio de Educación, ese título será considerado ilegítimo por el Estado, y probablemente el director de esa institución vaya preso por falsificación de títulos. Así se puede adoctrinar a esos niños, futuros adultos, en el pensamiento anti “neoliberal” y en la religión del Estado.

Por otro lado, hay quienes plantearían la posibilidad de que la prensa sea un cuarto poder. Y que el poder mediático influye en las decisiones de la gente. Noam Chomsky es uno de los que piensa esto y argumenta que el propósito de los medios de comunicación no son tanto informar sino más bien dar forma a la opinión pública. A ciencia cierta el aparato mediático puede inventar y reproducir mentiras. Pero ciertamente los políticos pueden pagarles a los medios de comunicación (con el dinero de los impuestos de la gente encima, porque es obvio que no van a comprar con sobres a los periodistas con su propio dinero, es ostensible que lo hacen con el erario público) para que reproduzcan las mentiras que ellos quieren que se instalen en la agenda pública. A su vez también los medios de comunicación pueden extorsionar a la corporación política. Si hay un político honesto (poco probable) que no quiera pagarles a los periodistas, estos van a hablar mal de él gratuitamente. Es como un apriete. Es como un trapito. El trapito no les cobra a los automovilistas por cuidarles el auto. Les cobra por no rompérselo él mismo. Sin embargo hemos visto casos como los de Juan Perón que en 1951 veinticuatro horas cerró el diario La Prensa, un diario que era crítico con su gobierno. La pauta oficial es totalmente contradictoria con la democracia, además porque todos los ciudadanos tenemos que pagar desde nuestros impuestos a medios de comunicación incluso que no consumimos.

Sin embargo, hoy vivimos en una era diferente. Hace no mucho tiempo, los canales de televisión y los grandes medios controlaban el acceso a los archivos de información. Si un político decía algo incorrecto o comprometedor, los medios podían "protegerlo" ocultando sus declaraciones del público. Pero ahora, con la proliferación de plataformas como YouTube y redes sociales, este control se ha desvanecido. Hoy en día, cualquiera puede buscar y encontrar esas declaraciones, compartirlas y preservarlas en el archivo colectivo de Internet. Esto ha hecho que sea prácticamente imposible para los políticos borrar su pasado. Cada vez es más difícil reescribir la historia o silenciar las pruebas de lo dicho. Este cambio tecnológico ha roto el monopolio que los medios tradicionales tenían sobre la información y ha democratizado el acceso a la verdad, haciendo que la transparencia sea casi inevitable. Obviamente, esto a los periodistas no les gusta en absoluto, ya que ahora tienen mucha más competencia y ya no detentan el monopolio de la información, ahora practicamente cualquier ciudadano puede "competir" (en cierto aspecto) con los medios y el periodismo.

El Estado en determinados períodos aleatorios suele utilizar la estrategia de sembrar terror en la población, usualmente con la ayuda de los medios hegemónicos de comunicación. El Estado tiene estas prácticas para debilitar psicológicamente a la población y hacerla sentir vulnerable. Es ahí cuando el Estado (en realidad sus adalides: la corporación política) se presenta como el gran salvador y aquel que "ayudará" a la débil población. Acto seguido, los políticos les refriegan en la cara a los ciudadanos y les dicen: "Gracias a nosotros han sobrevivido, agradezcannos y vótennos". De esta manera los políticos se muestran como personas "muy necesarias" para la población. Es el Leviatán de Hobbes: se le hace creer a la sociedad que sin la existencia de un Estado grande y presente, todo sería una anarquía absoluta donde todos se matarían contra todos.

Ejemplos de psicosis en la sociedad fogoneados por distintos intereses políticos pueden ser mencionados. El nazismo catalogó a los judíos de inteligentes y por consiguiente peligrosos para la población alemana. Durante la última dictadura militar en Argentina se hablaba del "enemigo interno". Según la Conadep (y una actualización de Jorge Watts, de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos) hubo 8908 desaparecidos desde el 24 de marzo de 1976 hasta el 9 de diciembre de 1983. Sin embargo es vox populi un incomprobado número de 30.000 desaparecidos. Según Jorge Luis Borges (en una entrevista de 1985) quienes repiten ese número sin darse cuenta son cómplices de la dictadura, porque él argumenta que ese fue un número inventado por los propios dictadores para mostrarse letales y así sembrar el terror en la problación.

Un caso evidente de la influencia de los medios hegemónicos de comunicación fue la caída de Fernando de la Rúa (diciembre de 2001). El Partido Justicialista no había podido ganar las elecciones en 1999, por lo cual en el 2001 fogoneó un golpe institucional en contra del partido gobernante. Empezaron a producirse saqueos (quizá genuinos, quizá no. No podemos compobar si el saqueo originante fue fogoneado o si fue auténtico), a continuación el PJ comenzó a generar más desmanes pagándoles (con el dinero de los contribuyentes) a los punteros políticos para que hicieran más destrozos y provocaran saqueos.

Al unísono, los canales de televisión transmitían en vivo y en directo la hecatombe. Una invitación al delito ya que cualquier ciudadano común que podía observar por TV podía pensar en ese mismo instante: "Bueno, veo que se puede entrar tranquilamente a cualquier supermercado y llevarse mercadería sin pagar. Me voy a sumar a esto y voy a ir yo también a saquear". De manera tal que los medios masivos de comunicación generaron una bola de nieve que crecía más y más. Esto se sumaba a la corrida bancaria. Se corrió la bola de que se iba a terminar el dinero, por consiguiente se generó una psicosis social que hizo que de repente todos los ahorristas fueran a retirar al mismo tiempo sus depósitos y por eso el sistema colapsó.

Por otra parte, podemos mencionar que el poder se reparte dialécticamente. El pueblo tiene poder, el percance principal es que muchas veces no se da cuenta del poder que tiene (por el efecto del convencimiento y del panóptico que mostró Foucault). El pueblo puede deponer a un Presidente, si ese presidente no tiene la voluntad popular a su favor. El poder es "evanescente", "gaseoso", "inasible" e "intangible". El poder es totalmente cambiante. Pensemos que saber es poder. Esto es totalmente cierto. Ahora bien, ¿conocer más acerca a la onmipotencia y la indestructibilidad? Bajo ningún punto de vista. Por el contrario, el que obtiene poder se vuelve peligroso para los otros poderosos. Y eso lo puede llevar al sufrir un asesinato. Si se hubiese quedado en la ignorancia, seguiría vivo. Esto puede ocurrir porque otro con más poder (y probablemente incluso con menos conocimiento, pero con el conocimiento de poder matar), puede sentir que su poderío corre riesgo y decidir terminar con ese peligro.

La irrupción del poder en la escuela implica su discurso monopólico. Un ejemplo cabal donde esto puede observarse es cuando la escuela nos enseña que hay que respetar el mandato presidencial (aunque este sea el peor presidente de la historia), justamente porque al curriculum escolar lo hace el Ministerio de Educación, y al Ministro de Educación lo pone el presidente que no quiere irse echado por la gente. Ahí está el convencimiento psicológico ejercido por los aparatos ideológicos del Estado.

A la casta política lo que más le conviene es un pueblo ignorante, así es más fácil de dominar. Sin embargo, la corporación política es tan siniestras que no deja cabos sueltos librados al azar. Porque una pequeña parte de la población se da cuenta de la importancia de la educación, entonces los políticos se han encargo de cooptar también las instituciones educativas. Atacan al pueblo por desde dos costados. Pensemos en un ejemplo ficticio, supongamos que una manada de lobitos fundara una universidad. Es claro que en esa universidad relatos como "Caperucita Roja" o "El cuento de los tres chanchitos" estarían totalmente censurados y vetados: no se los enseñaría ni estudiaría bajo ningún punto de vista, por la simple y sencilla razón de que en esos textos los lobos tienen mala reputación, son los villanos, quedan mal parados.

Siguiendo ese ejemplo, ¿qué posibilidad hay que en alguna institución educativa (de cualquier nivel, sea primario, secundario o incluso universidad), las cuales como habíamos visto dependen del Ministro de Educación (un político), tengan una mirada crítica sobre el sistema político y sobre la casta política? Absolutamente ninguna. Así como en la Universidad de los Lobitos cuentos como los mencionados estarían prohibidos por ser perjudiciales para ellos mismos, en las instituciones educativas también se van a ocultar los libros que no sean favorables a la casta política. No hay así posibilidad de estudiar, reflexionar, pensar, razonar sobre textos que cuestionen el status quo.

De hecho, hay una incompatibilidad de incentivos entre los estatistas y la población. Cuanto más preparados, cultos, educados, capaces e independientes sean los ciudadanos, menos van a necesitar de la "ayuda" de los agentes del Estado. Es decir que estos perderán poder, es decir que a la corporación política no le conviene permitir que la población acceda a un alto nivel educativo. Lo mismo ocurre, con las distintas agencias del Estado, por citar ejemplos azarosos: cuanto más autónomos e independientes sean los ciudadanos menos indefensos estarán. ¿Qué sería de la existencia de agencias del Estado como las de defensa al consumidor? (Así como hemos visto el caso de los taxis y de Uber, en este terreno hoy en día un gigante como Google les permite a los consumidores calificar a todos los negocios/tiendas de ventas. Es el propio mercado el que se encarga de defender al consumidor. Cualquier internauta puede investigar la calidad de una tienda y sus productos, es cada día menos necesaria una agencia estatal como "defensa al consumidor"). Es de suponer que es al propio Estado al que le conviene que haya productos de baja calidad, para no tener que cerrar esta agencia.

El caso del crimen es mucho más siniestro todavía. ¿Les conviene al poder judicial y a las fuerzas de seguridad acabar con los delitos? ¿Por qué hay delincuentes que salen veinticuatro horas después de ser apresados? Daría la sensación de que cuantos más malhechores haya en las calles, más justificada estaría la presencia de policías también. Y a la inversa, cuanto más malhechores hubiese tras las rejas, menos policías se necesitarían. Por otra parte, ¿Le conviene a la agencia anti narcóticos terminar con las drogas? ¿Si en algún momento lograren esos objetivos, a qué se dedicarán? Es de suponer que una agencia destinada a "x" objetivo, una vez cumplido ese objetivo, debería disolverse y desaparecer.

En lo que concierne a los políticos que se hacen llamar "opositores", ellos son los máximos interesados en que al país le vaya mal, cuanto peor la pase el electorado ellos más posibilidades tendrán de ganar las próximas elecciones. Pero lo más irónico es que a los "oficialistas" tampoco les conviene que todo esté perfecto: siempre utilizan en sus campañas el slogan: "Todavía faltan cosas por hacer, necesitamos que nos voten para un período más". La incompatibilidad de incentivos respecto al bienestar de la población, se puede encontrar en todas las esferas del Estado.

El poder Judicial (y las fuerzas de seguridad legales del Estado -el Estado tiene el monopolio de la violencia legal-), el Ejecutivo, el Legislativo, los medios de comunicación y el pueblo (a quienes el resto de los poderosos tratan de hacer dormir como a los bebés para que no actúen) se reparten el poder dialécticamente. También se plantea la posibilidad de que organismos de crédito internacional tengan poder. El ejemplo más cabal es el FMI, el cual se puede analizar desde distintos prismas. No hay que descartar que el FMI no tenga poder en absoluto: los que van a buscar al FMI, es decir los que ponen la cabeza en la boca del lobo, son los gobiernos argentinos. Ellos van a buscar al FMI, no es el FMI que los viene a buscar a ellos. Si los gobiernos argentinos no fueran a buscar al FMI, este no tendría absolutamente ningún poder. Los gobiernos argentinos son los que le dan el poder al FMI, el FMI de manera autónoma no tiene poder.

Pero también podríamos verlo desde otro prisma: el FMI, que no deja de ser una institución estatal, porque acumula dinero de los Estados de muchas naciones, principalmente de los Estados Unidos de Norteamérica, es una institución nefasta que fomenta que los gobiernos gasten por encima de sus posibilidades ya que en última instancia los "salva" el FMI. Si el FMI no existiera, la corporación política cuidaría mucho más su presupuesto. Observemos el siguiente ejemplo: si usted está en una playa virgen solito, ante la ausencia de socorrista actuático (es decir el bañero, el guardavida) tal vez no tome el riesgo de meterse al mar. En cambio si sí tiene socorrista, usted tiene más posibilidades de tomar el riesgo de meterse al mar. El Fondo Monetario Internacional es un incentivo a seguir gastando, total "si pasa algo malo, él me salvará". ¿Es el FMI la única institución que (directa o indirectamente, esto lo dejo a su criterio, estimado lector) fomenta delirios fiscales? Por supuesto que no.

Las otras grandes instituciones (y posiblemente tan o incluso más peligrosa que el FMI) que fomentan locuras presupuestarias son los Bancos Centrales (instituciones popularizadas globalmente en el siglo XX, antes de ese siglo prácticamente no existían). Se conoce a estas instituciones como "prestamistas de última instancia". Es decir, otros "comodines" que nos "salvan" cuando las papas queman. Cuando el sistema financiero quiebra, aparece el Banco Central y emite dinero para "solucionar" el problema (la inflación que esto genera bien gracias, pero eso lo dejaremos para otro capítulo). Este es el más maquiavélico y tentador de los comodines. "Gasten, señores políticos. ¡Sigan gastando, sigan violando presupuestos! ¡No habrá problemas: si se acaba el dinero, el Banco Central imprimirá más billetes y asunto arreglado!". En resumen, este tipo de instituciones lo único que hacen es fomentar la irresponsabilidad fiscal. Fomenta "niños malcriados", cuales jóvenes que revientan sus tarjetas de crédito sabiendo que "llegado el caso, si no la puedo pagar, les pediré a mis padres que me cubran". Incluso probablemente habría muchísimas menos guerras si no existiese este tipo de instituciones, es decir si la corporación política se ajustara pura y exclusivamente a presupuestos responsables, donde sea prácticamente imposible emprender delirios fiscales.

Las concepciones de poder siempre requieren un marco teórico detrás, este marco teórico deviene discurso que fundamenta los pensamientos y las maneras de obrar. Se los puede pensar también como simbología. El poder necesita símbolos para que los ciudadanos se identifiquen con esas representaciones. La Estatua de la Libertad (regalada por Francia a EEUU) es un símbolo de las ideas de la democracia y la libertad norteamericana. Esto es un refuerzo hacia el convencimiento personal cognitivo de la sociedad estadounidense. Lo mismo que el tío Sam, con los colores azul, rojo y blanco. Los estandartes, las banderas. Todo eso logra una identificación común en los ciudadanos. Difícilmente un argentino no se emocione en un Mundial o cuando escucha el himno cuando ve los colores patrios. Es que durante jardín de infantes, siete años de primaria y cinco años de secundaria los obligaron a levantar la bandera a la mañana y despedirla a la tarde, los obligaron a jurar la bandera en cuarto grado, los obligaron a interrumpir las clases para innumerables actos patrios todos los años. Ese adoctrinamiento (similar al de un padre que "obliga" a su hijo a ser de su mismo equipo de fútbol, comprándole la camiseta, comprándole banderines, poniéndolo a ver los partidos de ese equipo por televisión) produce que ese futuro adulto quede enamorado, en una especie de síndrome de Estocolmo, de los colores patrios.

La búsqueda es de una identificación común (también del lenguaje, la España de Francisco Franco prohibía que se hablara otra lengua que no sea la castellana) tiene el fin de unificar pensamientos y poder lograr más fácilmente una dominación foucaultiana. Llega un momento donde ni siquiera es necesaria la represión oficial del Estado hacia un potencial cipayo o antipatria, serán los mismos compañeritos los que castigarán a un compañerito argentino que diga "a mí no me gusta la bandera". Esto será, al mismo tiempo, un sistema reproductor, ya que si hay otro compañerito que piense lo mismo se autocensurará y callará para no recibir las mismas represalias.

El nazionalismo en la Argentina (la "argentinidad") está tan, pero tan arraigado que los argentinos se suelen jactar de cosas más bien muy debatibles. Dicen "tenemos los cuatro climas" con connotación positiva. Para mí, sí me preguntan, nos sobran dos climas (invierno y otoño). Y si me apuran hasta diría que lo ideal sería tener nada más que primavera. Lindo sería decir: "tenemos un único clima". Los caribeños y los brasileños se tendrían que jactar mucho más que nosotros.

De esta forma, una vez lograda la unidad simbólica de una idiosincrasia en común (en este caso la "argentinidad") el camino para la corporación política es más fácil ya que al tener a una masa uniforme serán más fáciles de dominar. Tocarles los símbolos patrios a esos argentinizados es tocarles las fibras más íntimas, es tocarles donde más efectos les producen. Ciertamente los políticos (sobre todos los argentinos) son personas con capacidades intelectuales muy, pero muy limitadas, a casi ninguno se le cae una idea nueva (la única idea a la que recurren es a aumentar los regímenes impositivos. Hay que admitir que son ingeniosos a la hora de inventar impuestos nuevos). Sin embargo, esta identificación de los argentinos con la patria les facilita su tarea.

Podemos ver como en varios lugares del globo terráqueo se apela al nazionalismo (cosa que ya habían hecho Hitler, Musolini, Perón, Franco en la primera mitad del siglo XX) para poder dominar a las masas (que son débiles cuando les tocan estas fibras íntimas). Esta dominación se mete penetra tan severamente en las psiquis de muchos habitantes que muchos suelen inscribirse contentos y felices a las fuerzas armadas y suelen ir orgullosos y convencidos a "luchar por la patria". Los nazionalismos son uno de los instrumentos fundamentales de la violencia y la guerra. Hay individuos que son capaces de dar su propia vida por este artificio llamado nación. Según el Dr. (en economía) José Luis Espert, sociedades como la estadounidense suelen incluso valorar menos la vida, ya que están tan metidos constantemente en guerras una tras otra que los muertos no son más que un número en una balanza en la que del otro lado hay que contrapesar a los natalicios.

Pero pensemos algo no tan extremo, pero no menos ciertos. Nada más basta con hacer encuestas a cualquier ciudadano y se comprobará que la mayoría apoya y fomenta la industria nacional, sin haber deconstruido qué abarca esto en realidad. Este es un producto conseguido con adoctrinamiento psicológico por parte de la corporación política nazionalizante. Sin embargo, veamos qué decía Faustino V. Sarmiento en 1848 en su libro Viajes: "La protección a las industrias nacionales [es] un medio inocente de robar dinero al vuelo, arruinando al consumidor". Estamos de acuerdo en todas las palabras del Padre del Aula, excepto en la palabra inocente. Es muy sorprendente pensar que hace ya más de un siglo y medio, Sarmiento comprendía algo que hoy en día grandes mayorías no han podido captar. Los políticos, con el verso de la protección a la industria nacional, que inefablemente los propios ciudadanos apoyan persuadidos, tienen la facultad de vender, como hemos ya mencionado anteriormente, sus favores.

Son al menos dos las opciones que detentan, respaldados por la población insistimos, los políticos para cumplir la excusa de fomentar la industria nacional. Poner barreras e impuestos a las importaciones o, directamente, subsidiar a los empresarios amigos/contratistas del Estado. El gran perjudicado en esta estafa es el consumidor final, que debe pagar más caro productos que podrían importarse de manera más barata desde el extranjero. Pero incluso en el hipotético caso de que el producto importado tenga el mismo valor que el producto nacional, al dejar de haber competencia foránea el productor local puede aumentar el valor de su mercadería sin tapujos ni miedo de perder clientela.

Veamos un ejemplo cabal de lo siniestra que es la corporación política: como consecuencia de esas trabas a las importaciones extranjeras, las computadoras suelen ser carísimas en la Argentina. Esto provoca que muchísimas personas tengan un poder adquisitivo que no sea suficiente para poder comprarlas con esos precios elevados. Y ahí aparece la corporación política para hacer populismo y regalar computadoras a los pobres, entonces quedan como generosos benefactores de las clases populares. Así ganan votos, "solucionando" el problema que ellos mismos cínicamente crearon.

Mas no sólo eso, sino que también estas trampas les dan muchísimo poder extra a los políticos. Por un lado el poder de corromperse, porque tienen en sus manos las llaves para cerrarles la puerta a la competencia extranjera: "si me pagás una cometa, yo cerraré las importaciones para que puedas vender tranquilo tus productos sin nadie que compita contigo". O, por el contrario, el poder de amenazas inverso: "Si no me pagas mi cometa, abriré todas las importaciones para que te fundas." (amenaza que difícilmente vayan a cumplir, ciertamente).

Ni hace falta aclarar el relato que suelen utilizar la corporación política y sus empresarios amigos para llevar a cabo estas tropelías: "necesitamos tiempo para poder competir con las empresas extranjeras", "necesitamos dinero para poder mejorar tecnológicamente para poder competir con el extranjero". Estas no son más que meras excusas, los años e incluso las décadas pasan, así como también los subsidios, y esas empresas siguen apoltronadas en su mediocre ineficacia y no muestran mejorías (esto es totalmente lógico, al no haber competencia no hay incentivos a superarse y desarrollarse). Y recurrentemente repiten una y otra y otra vez el mismo cuento. Los años y décadas pasan y el consumidor final compatriota sigue siendo el gran damnificado (y encima apoyando ciegamente y contento esta dialéctica maquiavélica en su contra).

Beneficiar a estos amigos del poder produce una dialéctica en círculo entre ayudantes y ayudados, quienes luego invierten los roles en un ida y vuelta recíproco. Los ayudantes pasan luego a ser ayudados y viceversa. Y esta relación cambiante se extiende indefinidamente en el tiempo, una y otra vez. Porque el amigo del poder tiene que devolver los favores conseguidos. Muchos hacen maniobras totalmente fuera de ética, pero lícitas (como comprar medios de comunicación (y desde allí hablar maravillas de las políticas que los ayudan). Pero eso es una pequeñez comparado con otro tipo de operaciones). Se produce entonces un sistema en el cual todos los elementos cumplen una función. Estos amigos del poder devienen funcionales.

Los Estados que se rigen en la democracia occidental suelen tener presupuestos que son observados en los Congresos tanto por oficialistas como opositores. Esto impide que en el presupuesto aparezca dinero para cosas como "espiar/perseguir/reprimir/asesinar opositores". ¿Entonces cómo lograrlo? Fácil: con paraEstados, es decir Estados paralelos. Y estos se financian con una parte del dinero ganado por los amigos del poder. El Estado paralelo tiene fuerzas de violencia que actúan entre las sombras, sin regulaciones oficiales, sin firmas, sin nombres, todo debajo de la impunidad del anonimato.

Una de las (tantas) fuerzas de choque son las barras bravas. La violencia en el fútbol fue lisa, absoluta, llana y enteramente provocada por Estado y sus adalides. Los políticos/amigos del poder fueron los que crearon/fomentaron estos grupos de personas para que hagan cosas que la policía oficial no puede hacer a la luz del día (incluso por qué no, también estas fuerzas paraestatales pueden amedrentar a la propia policía oficial). Los amigos del poder, en consecuencia, dejan de ser amigos para ser en realidad rehenes del poder. Porque una vez que conocen el sistema en su interior, saben que si dejan de financiar estas tropelías, como mínimo dejarán de recibir estas millonarias ayudas estatales, como máximo pasarán a ser perseguidos (quizás muertos) por las fuerzas paraestatales que seguirán existiendo financiados por nuevos amigos del poder. La dialéctica es mafiosa. Una vez adentro, es imposible salir, es imposible arrepentirse. Es un pacto que durará hasta la tumba (porque no alcanza con que el partido gobernante pierda la jefatura del Estado en unas elecciones, siempre habrá un triunfo en alguna provincia y como mínimo en algún municipio -eso explica por qué hay tantas provincias y tantos municipios. Cuantos más existan, más opciones electorales y más políticos habrá- desde dónde tener caja).

Incluso, el político clásico es siempre el responsable de los conflictos bélicos. Su pensamiento proteccionista (y ventajista) lo lleva a tener rispideces con otros jefes de estado. El catedrático español Jesús Huerta de Soto afirma que uno de los éxitos del Imperio Romano se debió a que una conquista territorial tan amplia posibilitó una enorme región comercial que tenía la ventaja de estar unida políticamente. De esta menera, se generó un territorio enteramente pacífico donde las ciudades podían comerciar libremente entre sí. Esto provocó un enorme crecimiento económico. A su vez, Huerta de Soto sostiene que el desastre (es decir la caída del Imperio Romano de Occidente) sobrevino cuando la corporación política comenzó a aplicar recetas socialistas (el famoso "panem et circenses" romano, la inflación, los controles de precios). Quien sí pudo continuar firme por casi un milenio más fue el Imperio Romano de Oriente, el catedrático español explica que los orientales tienen una cultura totalmente favorable al comercio, a los negocios, al intercambio. De ahí el éxito económico y político de Bizancio.

Por nuestra parte, acordando con la observación histórica de Huerta de Soto, vemos un proceso similar de auge económico en el Imperio de Macedonia. Al haber derrotado a los persas y conquistado su territorio, Alejandro Magno pudo unificar en un único imperio una zona geográfica enorme para la época. Pero lo nuclear no sólo fue eso, sino que, en general, se respetaron las libertades culturales, lo que permitió el proceso de libre intercambio comercial que habíamos visto recientemente. Ahora bien, vayamos a la actualidad. Donald Trump fue el primer presidente desde 1981 que no inició ninguna guerra (el anterior había sido James Carter, quien finalizó su administración el 20/01/1981), es decir 40 años de distintos gobiernos. ¿Cuál es la explicación? Evidentemente, Trump nunca fue un político. No piensa como político, no obra como político. Se autodefine como un outsider, es ostensible que incluso no tiene los vicios de los políticos clásicos que pasan prácticamente toda su vida activa laboral adentro del Estado. En lo que Trump respecta, su primer cargo público fue justamente el de la máxima magistratura de los Estados Unidos de Norteamérica. Nunca antes había formado parte del Estado. En este contexto, observamos en él un hombre de negocios, cuya cabeza está puesta en comercial, comprar, vender, etc. Su administración terminó conformando cuatro años de un mundo sin mayores conflictos bélicos, incluso con acuerdos de paz. Un hombre de negocios no anda pensando en ganarse enemigos, justamente porque eso pondrá impedimientos al comercio. El hombre de negocios evita los conflictos, su mente está puesta en conseguir alianzas y abrir caminos para poder obtener nuevos mercados. Todo lo contrario a lo que tiene en la mente el político clásico, que siempre está pensando en cómo derrotar a sus adversarios políticos.

Retomemos otro ejemplo de comercio apenas que hemos mencionado apenas unos párrafos atrás a lo largo de la historia y cómo este trae prosperidad económica. Así como mencionamos el imperio macedónico de Alejandro, tenemos otra enorme contraposición desde el siglo V hasta el XV entre lo que fueron las cenizas del Imperio romano de Occidente y, por otro lado, el Imperio romano de Oriente. Primeramente, de un lado tenemos diseminados pueblos germánicos totalmente desconectados y aislados, todos hablando idiomas ininteligibles entre sí. Eso es la edad media, la edad de la obscuridad, la edad de la que, en general, menos se sabe. Todos pueblos semi bárbaros. ¿En qué desencadenó esto con el paso de los decenios? En el feudalismo, un sistema económico donde el Lord Feudal (un burócrata), proteccionista por antonomasia y hombre, en general, totalmente enemistado filosóficamente con el comercio y el crecimiento de las ciudades. El típico "vivamos con los nuestro. Protejámonos de los invasores mediante murallas". Cada uno cuidaba su quintita. El feudalismo es el sistema económico preponderante en esta época de pobreza en Europa.

Del otro lado, el imperio bizantino, donde todos hablaban el griego y había una unidad política. Gracias al comercio hubo un enorme crecimiento económico e intelectual (los textos antiguos de la sabiduría griega se fueron viralizando por todo el Imperio), se produjo incluso la ruta de la seda. ¿Quiénes eran las grandes estrellas de esta zona geográfica? Los burgueses, por supuesto. Es decir, ni más ni menos que la clase trabajadora, el sector privado, el sector que genera riqueza. La burguesía, a través del intercambio comercial, es la clase social que genera el crecimiento económico que les trae prosperidad a los pueblos. ¿Cómo se relaciona Donald Trump con esto? ¿Qué es Trump? ¿Un burócrata? ¡Por supuesto que no! Él es todo un burgués, un señor que multiplicó enormemente la fortuna de su padre (otro burgués) a través del mundo de los negocios. Absolutamente todo lo contrario al Señor Feudal.

Cambiando el rumbo del tema, en Política 3 (texto importantísimo para Rosseau y los filósofos contractualistas de la Revolución Francesa, y con el que trabajarían) Aristóteles nos explica, entre tantos otros, los conceptos de aristocracia, democracia y oligarquía. Nosotros, a su vez, basados en esos conceptos sacaremos la conclusión sobre qué es la "poliarquía" (término muy trabajado por el profesor estadounidense de Ciencias Políticas Robert Dahl).

Como ya todos sabrán por haberlo estudiando en la escuela secundaria la palabra "democracia" es una palabra compuesta por demos y kratos, significando demos 'pueblo' (muy, pero muy simplificadamente esto, porque en realidad en griego tenía otro significado -'barrio-, aunque con una connotación similar a "pueblo") y kratos 'gobierno'. Lo opuesto de democracia, según el filósofo griego, es la aristocracia. Esta palabra está compuesta por aristós y la ya mencionada kratos. Aristós quiere decir 'el mejor' (comparte etimología con areté, es decir la 'virtud', la 'excelencia'). La aristocracia es 'el gobierno de los mejores'. En lo que refiere a oligarquía, la misma se compone de olígos (aquí está la clave) 'pocos' y arko (que no vamos a analizar aquí, pero que implica otra forma también de poder/gobierno). Por último su término contrario es propuesto por Dahl, poliarquía del griego polýs 'muchos' y el conocido arko: 'el poder de muchos'.

En muy resumidas cuentas, luego de haber deconstruído estos términos, tenemos entonces las siguientes denotaciones (es importantísimo diferenciar entre denotación y connotación):


-Democracia, 'el gobierno del pueblo'.

-Aristocracia, 'el gobierno de los mejores'.

-Oligarquía como 'el gobierno de pocos'.

-Poliarquía 'el gobierno de muchos'.


Es evidente que democracia y aristocracia son conceptos antagónicos. Es estadístico que en una población los mejores, que son los que tuvieron más acceso a la educación, son la minoría (no más de un 20 o 25% de la población tiene un título universitario). De allí radica la asociación entre aristocracia y oligarquía. Se asocia estos conceptos porque los mejores son pocos (Aristóteles ejemplifica indicado que si existiese una sociedad ficticia donde la gran mayoría de la población estuviese muy educada y donde una minoría sea ignorante, su democracia sería la oligarquía).

Hete aquí que gran parte de la ciudadanía fue convencida por un sector de la política de que "unos pocos conspiran contra el bienestar general de la mayoría y son los que se llevan la riqueza" (es decir la oligarquía conspira contra la poliarquía). Ese sector de la política ha despotricado y estigmatizado a la meritocracia (el gobierno de los que hacen méritos), la aristocracia y, fundamentalmente, a la oligarquía. Estas palabras tienen mala prensa, tienen mala connotación dentro de la sociedad.

Ahora bien, ¿por qué pusieron la mira en la meritocracia y la aristocracia? Es muy simple, porque los políticos no suelen ser personas de mérito. Usualmente son personas que fracasarían rotundamente si tuvieran que trabajar en el sector privado, es decir en el sector productivo. Y tampoco son los mejores, ni virtuosos, ni excelentes (en Argentina en 2017 un tercio de los legisladores no tenía título universitario, y dentro de los que lo tenían la enorme mayoría tenía el título de abogado). Roberto Cachanosky explica que justamente a estas personas virtuosas y exitosas académicamente no les suele interesar meterse en el mundo de la política porque ellos no necesitan complotar contra la sociedad para tener réditos económicos. En cambio la corporación política sí, ya que es la única forma que tiene de conseguirlo. Es porque eso que nunca gobiernan las mejores personas. No obstante, este modesto blog nunca dejará de soñar con tener como sistema gobierno a la aristocracia por sobre la democracia, aunque según el economista recientemente mencionado, soñar con esto es una utopía.

En lo que respecta a la oligarquía, difícilmente se pueda modificar ese pensamiento de que hay unos pocos que conspiran contra la mayoría. Incluso es muy posible que esta creencia sea verídica y bien fundamentada. Pero debería deconstruirse también qué o quiénes son los verdaderos oligarcas. Lo que los políticos no nos dijeron es que los verdaderos oligarcas son ellos: los políticos, los jueces, los contratistas del Estado, los sindicalistas.

Recomendamos la lectura de dos libros:

Friedman, Milton y Rose Friedman (1980). Libertad para elegir.
Espert, José Luis (2019). La sociedad cómplice.

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Comentarios

  1. Excelente explicación de lo que refleja el pensamiento de un sabio. Mentes brillantes como tal, no abundan actualmente! Groso Dani!

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