En aquellos tiempos de independencias durante el siglo XIX, y fundamentalmente pensando en una futura e inminente independencia de su Cuba natal (Schnirmajer, 2010: 10), José Martí venía que los nuevos países latinoamericanos estaban siendo gobernados por políticos intelectuales letrados bajo el paradigma de las ideas europeas clásicas. En consecuencia, él sostenía que esos gobernantes se manejaban conceptualmente por preceptos no enteramente compatibles con los habitantes de América Latina. Esto nos invita a contemplar la posibilidad de una fatal arrogancia en ellos, es decir gobernantes que piensan que tienen la verdad absoluta para dirigir a la población en sus formas, sus puntos de vista, y que pueden decidir nuestro destino (con intervencionismo estatal y leyes creadas y dictadas por ellos) sólo por el hecho de que ellos tienen una formación académica mayor que la del promedio de la sociedad.
En otras palabras, José Martí está preocupado por la posibilidad de que los países latinoamericanos caigan en una independencia “europeizada”, es decir gobernada desde capitales locales y por políticos locales, pero con el mismo viejo pensamiento europeo heredero del conocimiento del Viejo Continente y sus universidades. Martí critica la capacidad de esos letrados de ser capaces de incluir el crisol cultural y entender las diferencias idiosincráticas dentro de los latinoamericanos, él explica:
Ni el libro europeo, ni el libro yankee, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. [...] Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. [...] Se entiende que las formas de gobierno han de acomodarse a sus elementos naturales. (344-45)
En relación con esto, Julio Ramos sostiene que Martí en “Nuestra América” plantea una casta política desconectada de la identidad latinoamericana. Dicha representación de lo latinoamericano brota durante un período de modernización caldeado de disputas representacionales, las cuales entran en cortocircuito en una lucha dialéctica cuyo objetivo era que su discurso fuera el que predominara, el que en última instancia imprimiera cohesión entre la diversidad y el caos latinoamericano (Ramos, 1989: 230). ¿Con qué otras representaciones debate la postura de Martí?, y ¿cómo se establece la propia representación martiana? Es fuerza remitirse al marco modernista, en el cual, como hemos podido observar, se produce esta disputa para obtener una respuesta.
La modernización como proceso implica el más grande intercambio cultural hasta aquellos tiempos, implica el más grande incremento de la interacción e integración entre personas, conocimientos y gobiernos en todo el mundo. Esto significa en la teoría que conocimientos e ideas son compartidos por todo el globo terráqueo (o al menos Occidente), pero en los hechos los centros modernizadores continúan permaneciendo en Europa y Estados Unidos. Dicho de otras manera, podemos ponderar que en lugar de ser un prorrateo ecuánime dentro de ese intercambio cultural, en la realidad efectiva hay un monopolio de dirección única desde las potencias centrales occidentales. Esto es notado por Ariela Schnirmajer, cuando destaca que Martí al cubrir el Congreso Panamericano nota “las propuestas que hace Estados Unidos en las que intenta avasallar a los mercados latinoamericanos sometiéndolos a una exclusividad comercial” (2010: 51). Lo cual nos obliga a pensar el potencial riesgo para las industrias nacionales locales cuando un país extranjero monopoliza el comercio internacional. Deducimos leyendo a Martí, que el bloque anglo-francés, como consecuencia de la Industrial Revolution, tuvo un gigantesco incremento de la producción, y consecuentemente una superproducción. Esta superproducción podría conllevar a una grandísima crisis si no encontraran nuevos consumidores, es decir si ellos no lograban expandir sus mercados. Se veían obligados a crear y fomentar nuevos países consumidores que se unieran a su red comercial.
La posición que América Latina debe adoptar en este proceso es el centro de debate para los intelectuales latinoamericanos. Con la lectura de “Nuestra América: arte del buen gobierno”, Julio Ramos nos convoca a pensar en la contraposición que se genera entre esta postura martiana y Domingo Sarmiento (1989: 234), una de las figuras más representativas de una de las posiciones en el debate, quien defendía fervientemente la adopción latinoamericana del modelo de modernización que estaba tomando lugar en los centros modernizadores, apelando a binarismos como la civilización/barbarie para señalar la necesidad de que América Latina abandonara sus raíces bárbaras y copiara el modelo norteamericano. Este modelo modernizador resonaba en la época con el auge del positivismo y su ciencia predilecta, la sociología. Sin embargo, por el contrario, Martí cree que esta mirada intelectual extranjerizada no es la más indicada para los nuevos modelos de países hispanoamericanos. Así lo expresa en “Nuestra América”:
Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza (341)
Martí refuta al letrado catalogándolo de “artificial”, de opuesto a la naturaleza heteróclita latinoamericana. Esta artificialidad encarna, para el autor, gobiernos potencialmente incapacitadas para administrar Latinoamérica, los cuales podrían producir una omisión de distintos sectores sociales que no tengan acceso al conocimiento letrado extranjero predominante. Para el escritor cubano, un buen gobierno es aquel que conoce al pueblo que va a gobernar y cuyas políticas y leyes germinan de esa realidad particular, a diferencia de un gobierno que procure llevar a cabo sus políticas a través de leyes y posturas importadas de países europeos.
Como todos evidentemente sabemos, Martí fue un letrado que conoció la cultura europea y que, por supuesto, vivió quince años dentro de unos de los centros principales de la modernidad: Los Estados Unidos de Norteamérica. Con lo cual, siendo testigo directo del pensamiento positivista occidental, puede “deconstruir” y diferenciar las ventajas y las desventajas del modernismo. Porque él, como hemos notado en “Escenas Norteamericanas”, no está totalmente en contra de los avances tecnológicos (como por ejemplo los ferrocarriles subterráneos), pero no cae en la obnubilación hacia lo extranjero. Podemos plantear que lo que busca es una dialéctica que incluya a lo latinoamericano dentro de la modernidad, y no una modernidad que se imponga y borre de cuajo lo latinoamericano por no ser parte del modernismo.
El establecimiento de una dicotomía entre un “ellos” y “nosotros” es una operación esencial en “Nuestra América”, el “nosotros” al que América pertenece tiene una dimensión negativa, se define opositivamente. En la concepción martiana, la identidad latinoamericana se aboca a la protección, se hermana, preparándose para la guerra contra el peligro de una segunda colonización (esta comercial) en manos de Estados Unidos. Retomando la figura del letrado, esta incide de modo primordial en la realidad heterogénea latinoamericana, en tanto que, al estar este sujeto íntimamente relacionado con los asuntos estatales, como Sarmiento en su presidencia en Argentina, imparte políticas públicas que pueden desterrar lo natural a lo extranjero, lo que es artificial en tanto que ajeno e incompatible con la particularidad latinoamericana.
Lo destacable, más allá de estar o no de acuerdo con su postura, es que Martí era un hombre con conocimiento de causa, ya que escribía desde el centro mismo del modernismo, la gran ciudad de Nueva York, inmiscuido totalmente de la filosofía política de este período tan importante de la historia.
Corpus
Martí, José (2006 [1891]). “Nuestra América”. En Vitier, Cintio (2006 [2004]. Vida y Obra del Apóstol José Martín. La Habana: Centro de Estudios Martianos, p. 339-355.
Bibliografía
Rama, Ángel (1983). "La modernización latinoamericana. 1870-1910". En Hispamérica, 36, p. 3-61.
Ramos, Julio (1989). “Nuestra América: arte del buen gobierno”. En Desencuentros de la modernidad en América Latina. México: Fondo de Cultura Económica, p. 229-243.
Schnirmajer, Ariela (2010). “Prólogo”. En Escenas Norteamericanas y otros textos de José Martí. Buenos Aires: Corregidor, p. 9-59.
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