"Proceso Max Weber", introducción a la Libertad de Movimientos de René Lourau

René Lourau fue un sociólogo y pensador francés 🇫🇷 (1933-2000). Si bien no alcanzó el nivel de reconocimiento de grandes sociólogos como Pierre Bourdieu, Émile Durkheim o Max Weber; dentro de ciertos círculos académicos, especialmente en el campo del análisis institucional, sí fue una figura influyente. En el presente texto proponemos un pantallazo general basado en su análisis sobre lo que él llama "PMW (Proceso Max Weber): Institucionalización y modos de acción". Lo primero que debemos tener en consideración es que el autor sigue el método dialéctico hegeliano (donde hay una tésis, una antítesis y una síntesis final).

Teniendo en cuenta esto, El PMW es el proceso de institucionalización donde una acción o movimiento, inicialmente basado en el carisma, tradición o ideales revolucionarios, se transforma en una estructura burocrática racional. Este cambio implica que la espontaneidad y el encanto original del movimiento se sustituyen por reglas formales y procedimientos rutinarios. Weber lo ve como un proceso inevitable en la modernización de las sociedades.

En este sentido, es evidente que Lourau es, en términos teóricos, deudor de la teoría de Max Weber (1864-1920); motivo por el cual debemos primero conocer algunos conceptos de este reconocido filósofo. Weber es ampliamente conocido por legarnos varios conceptos, entre los que destacan los de "burocracia" y "racionalización". A saber: en lo que respecta a "burocracia", Weber propone una definición que se diferencia en cierto modo de la definición convencional que todos solemos tener (la burocracia como un sistema engorroso bastante negativo que genera trabas y trámites "kafkianos" que complican el avance y desarrollo de determinadas tareas). Weber postula que la burocracia (si bien reconoce lo que acabamos de mencionar) es la formalización de la "racionalización" de las sociedades. ¿Esto qué quiere decir? Que a través de la "razón", las sociedades concretizan sus necesidades y deseos en leyes. Es decir, a las palabras se las lleva el viento, las convenciones o acuerdos sociales son puestos en papel (leyes) a través del sistema burocrático. La burocracia, según Weber, es la que organiza de manera racional (es decir, a través de la "razón" a las sociedades modernas, según el autor las mismas se organizan cada vez más en torno a estructuras burocráticas y racionales, donde la acción social se guía por principios de eficiencia y previsibilidad.

"Libertad de movimientos"

Ahora bien, es menester marcar que Lourau no sigue al pié de la letra la teoría de nuestro querido Weber. Tomará alguno de sus conceptos y los discutirá o reformulará. En su texto agregará dos conceptos: "instituido" e "instituyente". En este sentido, podemos entender la burocracia (o las leyes, si se quiere) como un sistema rígido que nos hace cumplir determinados comportamientos (en términos Lourauanos esto implicaría lo "instituido"). De esta forma, podríamos pensar "instituido" como "legalizado", "formalizado en ley". Un ejemplo podría ser el divorcio. En Argentina está totalmente normalizado, "instituido", que una pareja puede interrumpir su casamiento y separarse de la manera legal. El tema es que esto no siempre fue así, esta ley data de 1987. ¡Sí, por más que suene increíble, hasta 1986 (hace apenas 38 años, cuando Argentina ganó el mundial) las parejas no podían separarse de manera legal)! Pero, ¿qué cambió y por qué?

Aquí viene el aporte de Lourau: este sistema burocrático que propone Weber, que nos parece rígido, "estático", no lo es del todo. Hay cierto dinamismo en el mismo. En determinados momentos, la acción social (es decir, el pensamiento social. O las corrientes de pensamientos sociales. O si se quiere, las tendencias de pensamiento de determinadas sociedades en determinados momentos) mueve la burocracia hacia otro lugar. A esto el autor llama proceso "instituyente". Es decir, aparece una fuerza "instituyente" que quiere "institutir" (legalizar, formalizar) algo. Tenemos que pensar que el Estado usualmente está atrasado respecto a la sociedad. Las cosas usualmente primero pasan y luego el Estado actúa. (La seguridad en los aviones comenzó a fortificarse posteriormente a los atentados contra las torres gemelas. El aborto se legaliza posteriormente a que ya muchísimas mujeres lo practicaban de manera ilegal.) ¿Por qué la ley de divorcio se instituye (es decir, pasa a estar instituida)? Evidentemente porque las parejas ya se separaban "de hecho" (pero no de derecho). Como ya era "costumbre" (ethos), "praxis social" separarse, la burocracia toma esa repetida "acción social" y la formaliza (es decir, la instituye). Un acto "instituyente" finalmente se convierte en "instituido".

Esto puede explicar el título del libro Libertad de movimiento. Este concepto está vinculado a la idea de cómo los individuos y los grupos pueden actuar dentro de un marco institucional sin estar completamente restringidos o determinados por las normas y estructuras de la institución. Siempre existe una tensión entre las estructuras establecidas (lo instituido) y las fuerzas que intentan transformar o subvertir esas estructuras (lo instituyente), probablemente por cierto desacuerdo o descontento con el status quo.

El autor observa que los actores sociales pueden actuar o moverse dentro de una institución (o sistema social) sin estar completamente sometidos a sus reglas o normas. Es la posibilidad de crear, modificar o desafiar las reglas, sin quedar atrapados en las limitaciones estructurales de lo instituido.

Dos dimensiones clave:

  • Flexibilidad dentro de las instituciones: Aunque las instituciones tienden a tener normas y reglas rígidas, la "libertad de movimientos" permite que dentro de esos marcos institucionales surjan espacios para la creatividad, la resistencia o la transformación. Es decir, los actores pueden encontrar formas de "moverse" dentro de las reglas o, incluso, de desafiarlas sin necesariamente romper completamente con ellas.
  • Potencial instituyente: La "libertad de movimientos" es también una metáfora para referirse a la capacidad instituyente de los actores sociales, es decir, su habilidad para crear nuevas formas de organización, nuevas reglas o nuevos modos de acción dentro del marco de lo instituido. Es la capacidad de cambiar las reglas del juego desde dentro o de encontrar caminos alternativos para sortear las restricciones impuestas por las estructuras. En el primer capítulo, Lourau menciona dos ejemplos:

El Caso Dreyfus: un juicio militar en Francia (1894) donde el oficial judío Alfred Dreyfus fue falsamente acusado de traición por espiar para Alemania. Condenado sin pruebas sólidas, el caso desató una profunda división política y social en Francia, revelando antisemitismo y corrupción en las instituciones. Tras años de controversia, se probó su inocencia y fue exonerado en 1906. Evidentemente estaba instituido que el poder judicial podía condenar de manera arbitraria e injusta a acusados (en este caso, por ser judío). Sin embargo, eso causó indignación en la sociedad, lo que provocó una "fuerza instituyente" que obligó a modificar esta situación.

También Lourau menciona la Ley Veil (1975), similar a nuestra ley de aborto. En aquel entonces estaba instituido que el aborto tenía que estar prohibido. Sin embargo, comenzó a gestarse un concenso dentro de la sociedad (a causa del movimiento feminista) de que el aborto debería ser legal. En este sentido se crea un movimiento instituyente que quiere instituir el aborto. La ministra de Salud Simone Veil "escucha" la demanda de la sociedad y envía la ley al Congreso, logrando su aprobación. De esta manera, el aborto queda instituido. En este sentido, es importante remarcar que el hecho de que algo se concrete en ley es condición necesaria pero no suficiente para que quede "instituido". Por instituido tenemos que entender algo que no sólo es ley, sino que cuenta con el consenso de la sociedad.

Acción institucional y tipos de dominación (postura weberianos de derecha)

El texto comienza introduciendo la teoría de la acción institucional como una teoría "positiva", es decir, que se enfoca en lo que es, más que en lo que debería ser. Esta perspectiva puede asociarse con las ideas de Weber sobre los tipos de dominación:

  • Carismática, Tradicional, Racional-legal: Basada en la figura de líderes carismáticos que generan devoción a través de su personalidad y habilidad emocional, como los profetas o santos en la tradición cristiana.
  • Carismática, Tradicional, Racional-legal: Donde el poder se legitima por la costumbre, como en sociedades patriarcales o monárquicas, donde el liderazgo se hereda.
  • (Véase que hay “instituciones” no oficiales, no “reglamentadas”, por ejemplo la barra brava de Boca, en las cuales reina el más fuerte. En ningún lado se firmó ningún contrato de quién será el líder, pero el líder está definido y es claro quién es. Muchas veces a ese puesto se llega o por la fuerza o por carisma).
  • Carismática, Tradicional, Racional-legal: Característica de las sociedades modernas, donde las instituciones son reguladas por leyes y burocracias que aseguran una gobernanza racional.

Weber sostiene que la racionalización es el proceso dominante en las sociedades modernas, donde se pasa de una dominación carismática o tradicional hacia un sistema cada vez más legal y burocrático. A medida que este proceso avanza, se produce el "desencantamiento del mundo", es decir, la progresiva pérdida de las dimensiones mágicas o sacras del poder (antes el jefe de estado era decidido “por mandato divino”, mientras que hoy en día en las urnas).

Evolución del carisma y su institucionalización

El carisma, según Weber, es revolucionario en su inicio, pero no se mantiene puro. Con el tiempo, tiende a transformarse en algo más estructurado, tradicional o legalizado. El ejemplo de la Acción Católica de la Juventud Cristiana (ACJF) de 1945 ilustra cómo una acción que comenzó con un fuerte carácter instituyente y revolucionario (en términos de influencia social) se institucionalizó y se convirtió en una fuerza conservadora, que promovía la integración de los jóvenes en la sociedad laica a través de los mandatos de la Iglesia. Empezamos a ver como una causa noble se “burocratiza” (en el mal sentido de la palabra), se “fosiliza”, se “politiza”.

Teoría de la elección racional y neoinstitucionalismo

El capítulo también toca la teoría de las elecciones racionales, que sugiere que las personas toman decisiones basadas en sus preferencias individuales. Sin embargo, según el teorema de la imposibilidad de Arrow, no es posible llegar a una elección óptima para todos, lo que lleva a la conclusión de que las decisiones deben ser impuestas por un poder soberano, lo que se relaciona con la necesidad de estructuras autocráticas o dictaduras. (El teorema de Arroz implica no la imposibilidad de la democracia, pero sí la imposibilidad de las urnas -ejemplo, en las elecciones muchas veces no votamos al mejor, sino al menos malo. O incluso no votamos al candidato que más nos gusta, sino a quien pensamos que le puede ganar al candidato que menos nos gusta. Esto lleva a que, según Arrow, las elecciones no siempre lleven al resultado que verdaderamente quiere el soberano).

El neoinstitucionalismo americano, que responde a la teoría de la elección racional, se desplaza de un enfoque en el individuo hacia uno centrado en las instituciones. Este enfoque examina cómo nacen y se desarrollan las formas sociales, más allá de las decisiones individuales.

Crítica y funcionalismo de Parsons

El autor también menciona la influencia de Talcott Parsons, quien ve la institucionalización como un proceso esencial para la reproducción de la sociedad. Sin embargo, se critica que Parsons se enfoque en la reproducción y no en las dinámicas de cambio y contradicción que pueden surgir en las instituciones. Esta visión más estática ignora cómo las instituciones también pueden ser espacios de conflicto y transformación. ¿Por qué esta crítica? Porque Lourau sostiene que ver Parsons ve un resultado (con el cual incluso Lourau puede estar en desacuerdo), pero no ve un proceso (recordemos cómo inicialmente habíamos mencionado la dialéctica hegeliana que sigue Lourau). En consecuencia se critica el enfoque de Parsons y otros institucionalistas que ven las instituciones como mecanismos sociales cerrados, enfocados en la reproducción de las normas y el status quo. A Lourau le interesa analizar cómo lo instituido llega a instituido, cómo se llega a ese status. Por ejemplo, cómo se llegó a la ley de aborto.

El autor propone un neoinstitucionalismo que presta atención a la génesis y al desarrollo de las formas sociales, es decir, cómo las instituciones no solo reproducen el orden social, sino que también pueden ser el resultado de contradicciones y dinámicas sociales en evolución. Esta propuesta implica que las instituciones no son meramente funcionales o naturales (como sugiere el neoliberalismo), sino que son el producto de luchas y tensiones sociales que las moldean constantemente.

El autor propone un neoinstitucionalismo dialéctico y dinámico, que vea las instituciones como el resultado de luchas sociales y contradicciones, más allá de ser simplemente mecanismos estáticos de reproducción del poder o de las normas sociales.

Acción antiinstitucional (weberianos de izquierda)

El capítulo sobre "Acción antiinstitucional" analiza el Proceso Max Weber desde una perspectiva crítica, especialmente desde corrientes que consideran que este proceso burocratiza y corrompe la energía creativa y utópica original de un movimiento. La crítica nihilista ve el PMW como una pérdida de la fuerza instituyente, que termina en traición o en un juego de poder burocrático. "Nihilistas" en el sentido de que no ven posibilidad de redención en las instituciones; cualquier intento de reformarlas está condenado a fallar, por lo que optan por una postura de rechazo absoluto. Como las personas que dicen “la única solución es irse del país”, “el sistema mismo está corrompido.” Toda institución es esencialmente corrupta, según esta postura.

El mito de la revolución permanente, enunciado por Trotski, ejemplifica cómo, tras una fase de consolidación y organización (como el "Termidor" de la Revolución Francesa, es decir el momento en que el proceso revolucionario termina, cae Robespierre y se instaura la república), se acusa a los líderes de traición, al convertir el carisma original en una burocracia. Se menciona que el PMW también fue observado en organizaciones marxistas, donde la profecía revolucionaria se transformó en entidades burocráticas reformistas.

Lourau resalta que para las corrientes antiinstitucionales, toda institución es mala porque suprime o canaliza en su propio beneficio la energía social. Estas corrientes optan por alternativas a las instituciones, como la autogestión y el federalismo. Proponen una forma de gobierno directo sin delegación de poder, para evitar la profesionalización política que lleva a la corrupción y la pérdida de legitimidad. Se critica la tendencia de las instituciones a politizar y burocratizar, pero también se menciona que las corrientes antiinstitucionales modernas, en lugar de luchar directamente contra las instituciones, buscan operar fuera de ellas, creando comunidades grupales no jerárquicas. “Para la acción anti institucional, toda institución es mala, porque confisca la energía instituyente de lo social en provecho de formas en las cuales el Estado es el vampiro”.

(Un ejemplo de esto podrían ser muchos sindicatos, los cuales nacen como movimientos de resistencia contra la explotación laboral, pero con el tiempo algunos se institucionalizan tanto que se transforman en parte del sistema que antes combatían. Por ejemplo, en Argentina, algunos sindicatos poderosos se han visto envueltos en redes de corrupción y complicidad con el Estado y las empresas. Es decir que algo “instituyente” que pasó a “instituido”, termina siendo peor que lo instituido primigenio que se quería combatir.).

Esto implica una "pérdida de la efervescencia creativa", donde las instituciones se convierten en mecanismos burocráticos que frenan la innovación o los cambios sociales que en un principio las originaron. El antiinstitucionalismo es, entonces, cuestionamiento y resistencia frente a las instituciones que han perdido su energía transformadora, ofreciendo alternativas más horizontales y menos jerárquicas.

Acción contrainstitucional (weberianos centristas)

Muchísimo menos “extremos” que los nihilistas antiinstitucionalistas, podemos calificarlos como “reformistas”. Si bien poseen un diagnóstico parecido a los antiinstitucionalistas, consideran que todavía puede retomarse la fuerza instituyente original. No rechaza las instituciones per se, sino que actúa dentro de las instituciones para intentar transformar su lógica desde adentro. En lugar de evitarlas o considerarlas intrínsecamente malas, las corrientes contrainstitucionales ven una posibilidad de reforma o cambio mediante una intervención crítica. La idea es recuperar la energía instituyente perdida sin abandonar completamente la institución, proponiendo modificaciones que reviertan la corrupción y la burocratización de los procesos sin deslegitimar del todo el concepto de institución.

Trabaja desde dentro de la institución para cuestionarla y cambiar sus dinámicas, buscando devolverle un propósito más creativo y transformador. No rechaza completamente la organización institucional, sino que intenta redirigirla para que recupere parte de esa energía instituyente y evite su degeneración. La crítica contrainstitucional tiene más matices, y suele estar más enfocada en reformar y prevenir la burocratización y el mercantilismo dentro de las instituciones sin necesariamente reemplazarlas.

En lugar de destruir o evitar la institución, quiere revitalizarla. En este sentido, lo contrainstitucional opera sobre la memoria instituyente original (el impulso creativo que fundó la institución) y trata de restaurar esa fuerza sin salir del ámbito institucional. (Un movimiento contrainstitucional podría encontrarse en ciertos movimientos de reforma sindical que no rechazan la existencia del sindicato como institución, sino que intentan "sanarlo" desde dentro y devolverle un propósito transformador.)

Ahora bien, ¿por qué han perdido esa fuerza instituyente vernácula (que en el texto se ejemplifica con los años 60, recordemos la potencia de los movimientos pacifistas durante la Guerra de Vietnam)? El autor sostiene que el neoliberalismo (también llamado neoinstitucionalismo) movió el eje desde lo colectivo hacia lo individual, causando una desarticulación de los proyectos colectivos. En lugar de fomentar estructuras de apoyo mutuo y colaboración dentro de las instituciones, el neoliberalismo promovió la competitividad individual y la eficiencia como valores primordiales, lo cual debilitó las bases de solidaridad y cohesión que originalmente sustentaban esas instituciones. Esta transición impactó profundamente el rol de las instituciones, que comenzaron a actuar más como empresas que como agentes sociales con una misión transformadora.

El neoliberalismo, al imponer una lógica de mercado dentro del ámbito institucional, generó una transformación en sus objetivos y modos de operar. La eficiencia económica y la reducción de costos se convirtieron en pilares que muchas veces contradecían los valores fundacionales de las instituciones. La educación, la sanidad y otros servicios públicos se vieron envueltos en una dinámica de rentabilidad que no solo los alejó de su carácter social, sino que también burocratizó aún más sus estructuras, haciéndolas menos permeables al cambio desde dentro.

Por ende, para las corrientes contrainstitucionales, el desafío no solo reside en combatir la burocracia, sino también en contrarrestar la influencia de esta lógica de mercado. El objetivo es reconstruir una ética de servicio y transformación colectiva que devuelva a la institución su rol de promotor de justicia social y desarrollo humano. Las propuestas contrainstitucionales, entonces, intentan revitalizar estos espacios para que vuelvan a actuar en favor de sus comunidades, devolviendo protagonismo a lo colectivo y a la intervención social.

Aquí se podría citar la emergencia de movimientos de trabajadores y colectivos de estudiantes en los últimos años que han luchado por devolver a sus instituciones (universidades, hospitales, centros culturales) su misión social original. Buscan no solo mejores condiciones, sino también una mayor participación en la toma de decisiones y un enfoque más humanista que ponga al servicio de la comunidad los recursos y conocimientos acumulados.

En resumen, el contrainstitucionalismo, a diferencia del antiinstitucionalismo, no considera que las instituciones estén irremediablemente perdidas. Por el contrario, cree en su potencial de transformación, en la posibilidad de devolverles su misión social e innovadora si se combate la lógica neoliberal que ha distorsionado sus fines y se restaura su orientación hacia el bien común.

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